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Cristianismo

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Cristología

Los apologistas fueron los primeros que rompieron el fuego contra la filosofía que había dado el ser a su religión. Todo conocimiento humano les pareció hereje. Con el pretexto de salvar la pureza del cristianismo, lo encerraron en los estrechos moldes de la fe. Hereje el paganismo por la humanidad de sus dioses; herejes los judíos que negaban la venida del Mesías; hereje el pensamiento que no acataba la unidad de la razón y de la doctrina.
Puede sospecharse de los apologistas que concibieron el propósito de hacer venir al Salvador al mundo, y que escribieron algunos de los escritos que componen el Nuevo Testamento.
Aquí creemos oportuno recordar, aun a trueque de hacernos pesados, la oposición científica que en el campo de la filosofía ha encontrado la existencia de Jesucristo.
Como decimos en otra parte, el asunto por sí solo no tiene importancia; pero la adquiere cuando se pretende hacer de la realidad de Jesús una larga noche de penas para nuestra especie, y una pesada losa de plomo para el pensamiento humano.
En este sentido, todo lo que se haga para llevar a las conciencias el convencimiento de que la existencia de Cristo es una novela escrita por varios autores en colaboración indirecta y recopilada por los magnates de la Iglesia reunidos en el concilio de Nicea del año 325 de nuestra era, nos parece poco y ha de parecerlo a todos los que aprecien la inmensa desgracia que para la dicha humana representa el cristianismo.
Realmente, la índole de nuestra obra no permite reproducir lo mucho que se ha publicado para demostrar que la muerte y pasión de Jesucristo es una leyenda; pero pretendemos poner nuestro grano de arena en este empeño, porque consideramos que si se pudiera convencer a los hombres de que el Nuevo Testamento fue compaginado en Nicea, tomando por modelo los salvadores de las religiones orientales, aprovechando la profecía hebrea y la pretensión de los mesías de carne y hueso que antes y después de nuestra era se presentaron en varios puntos del mundo, y principalmente en Judea y en Egipto, se les haría mucho bien.
Teósofos, protestantes, evangelistas, espiritistas, lucistas, tolstoístas, anarquistas, cristianos… en fin, todas las almas más o menos impregnadas del espíritu de Cristo, llevan en sí la resignación, el pesimismo y la tristeza de la doctrina cristiana, deprimente y amarga cual ninguna. El hombre sinceramente cristiano, mejor aún, el temperamento cristiano, porque el cristianismo entra en el campo de la antropología, como todos los misticismos, aún el anárquico, con el mejor propósito del mundo no puede ser feliz.
Al cristiano que le falte menos para ser dichoso, le faltará el concepto espléndido, hermosamente espléndido, de la naturaleza, la concepción del goce de vivir, sin el cual no es posible interpretar la vida y gozarla, y le faltará también aquel cuerpo y aquel cerebro dispuestos a todas las satisfacciones materiales y a todas las empresas intelectuales.
Los filósofos y hombres de ciencia que se han dado a la tarea de descubrir el misterio que envuelve la conversión de Constantino y el citado concilio, dicen a una que aquel emperador no abrazó a humo de pajas el cristianismo, sino que lo hizo por su cuenta y razón, que veía muy comprometido su cetro y mermado su imperio, y que para fortalecer uno y otro, buscó el apoyo del partido cristiano, apoyo que le fue prestado con la condición de que la espada de Constantino se pusiese de parte de Cristo y en contra de los adversarios del cristianismo, el cual entonces andaba de capa caída y no estaba más seguro que el cetro del emperador de Constantinopla. Así se formó una coalición entre los teólogos cristianos y el fundador del Imperio de Oriente, celebróse el concilio de Nicea, acordándose quemar todas las apologías, novelas, paradojas y leyendas antiguas y modernas que se refirieran al cristianiasmo y que no se compaginasen bien con el criterio de los reunidos, formando con los cuentos y pasajes que se estimaron ortodoxos, corregidos y arreglados por el concilio, el Nuevo Testamento.
Constantino se comprometió a defender a sangre y fuego la nueva obra que tuvo por editores a los obispos y prelados, quienes prometieron a su vez mantener en su nuevo trono al emperador.
Este es el compendio de la obra escrita por los pensadores y sabios citados y que nosotros sintetizamos por lo que pudiera influir en el ánimo del lector.
Publicado parte de este capítulo, llega a nuestras manos la última obra de Pompeyo Gener titulada Inducciones, en la cual hay un trabajo que trata del origen del cristianismo desde un punto de vista diferente del que se acaba de leer. Como el artículo en cuestión es una síntesis de los escritos sobre materia tan delicada, y como viene a ayudar a nuestros propósitos y a fortalecer nuestra idea, incluimos en La evolución de la filosofía en España el escrito del pensador catalán, al objeto de llevar al cerebro de nuestros lectores todos aquellos datos y hechos que puedan descristianizarlo.
Dice así Pompeyo Gener:
"La historia de los orígenes de la religión cristiana ha ocupado a gran número de pensadores, como Strauss, Renan, Havet, Ganeval, Reuss, Clermont-Ganneau, Soury, etc. Toda la escuela de Tubinga le ha dedicado sus estudios. Los primeros orientalistas modernos conságranse a ello. Vamos a intentar resumir la evolución que la idea de Cristo ha sufrido a través de la conciencia de los cristianos, según los documentos que nos quedan de cada época, hoy sabiamente recogidos, seriados, traducidos, interpretados y comparados por los antedichos autores".
Según las últimas investigaciones de Ganeval, Havet y otros, el cristianismo sería anterior a la época en que se fija el nacimiento de Jesucristo; y en lugar de ser judaico resultaría de origen greco-egipcio.
Platón había dado la teoría del logos (la inteligencia), emanación de la divinidad en el Hombre. Los alejandrinos habían formulado la teoría del Dios bien, el ágathos. A lo que parece, los griegos, durante el reinado de Ptolomeo Philadelfo, quisieron transformar la religión de Osiris, llegada ya a la concepción de Serapis, el dios solar, bajo el aspecto de hijo, en religión universalista, para tener una creencia oficial del Imperio que sometiera a todos los pueblos a su gobierno, especialmente los asiáticos y africanos, que no podían prescindir de los mitos. Identificaron, pues, el dios hijo que baja a la tierra con la emanación del dios ágathos: el logos; y le llamaron los helenos el xrestos, es decir, el bueno; y los judíos helenizantes, luego, con Filón, el verbo. Ambos grupos, partidarios de tal teoría, según resulta, fueron los primitivos cristianos. Sábese de ellos que, apoyados por el elemento oficial del imperio griego de los Ptolomeos, partieron en diversas direcciones desde Alejandría a predicar la buena nueva, o sea el Evangelio. Éste, el primitivo, no es ninguno de los cuatro que la Iglesia admite y enseña, sino uno titulado Protoplasta, del cual sólo se conservan trozos citados por Focio.
El Cristo, en esta primitiva época, es impersonal; es la pura emanación de la divinidad en este mundo; luz y vida, que da la inteligencia y produce la generación. Como mito, para el vulgo, era el dios solar que baja a la tierra, vivifica la naturaleza durante la mitad del año en que el día crece, y muere con ella cuando en la otra mitad decrece; que baja a los infiernos, a los lugares subterráneos, cuando el sol se pone y resucita cuando se levanta radiante en el espacio, como los muertos que bajan al profundo, y, según se supone, resucitan con él.
La impersonalidad del Cristo y su esencia filosófica eran enseñadas en unos misterios análogos a los de Eleusis y a los de Isis. En este conocimiento de la divinidad, que se comunicaba sólo a los iniciados, estribaba la Gnosis. Y cada cual escribía su Evangelio según comprendía el Cristo.
Lo que se enseñaba en tales misterios al triunfar los judeo-cristianos, apoyados por el emperador Constantino en Nicea, fue destruido. Se escogieron los cuatro Evangelios que más analogía tuvieran entre sí y que más coincidieran con la personalidad real del Cristo. Se eliminaron de ellos los resabios de la Gnosis. Se sustituyó el nombre de Iesus por la palabra Xrestos. Y se quemaron todos los demás evangeliso divergentes, que eran muchos. Así desapareció este cristianismo primitivo; pero, a pesar de esto, encuéntrase aún en mil escritos de los primeros cristianos. Las destrucciones, mutilaciones e interpolaciones de los católicos no han privado a la crítica exegética moderna el que haya podido reconstruirlos. Los vestigios hállanse hasta en los documentos ortodoxos. El mismo evangelio de San Juan, tal como está hoy, no es más que la relación de un drama ontológico, escrita por un alejandrino del siglo II, partidario de la impersonalidad del Cristo.
Según resulta de los textos de los que después santificó la Iglesia lo mismo que de los que declaró heresiarcas, hasta cerca del siglo IV, el Cristo no tuvo personalidad real. San Pablo dice que el Cristo viene formado por la reunión de todos los cristianos: así, "todos somos miembros del Cristo". Según San Clemente, "el verbo no se ha encarnado, sólo ha aparecido", y lo llama "el que preside la generación". Para Orígenes "no es ni masculino ni femenino", y "su alma es la misma que la de Adán", es decir, él es el que produjo y continúa produciendo el género humano, Xresto impulsore. Ideas análogas tienen de él San Panteno, San Teognoste, San Eulogio, San Metodio y aún San Ireneo. Para todos es el logos, el verbo de Dios, no distinto de él, que en el mundo es sabiduría, razón y vida, que produce la generación de todos los seres y todas las relatividades terrestres que no pueden producir el dios único, el Agathos, por ser uno, inmutable e impasible. Éste no puede nunca descender a la fenomenalidad sin encarnarse y al encarnarse viene a ser el hijo que produce la fuerza reproductriz y la fuerza comprensiva, y que se llama Xrestos, el bueno.
Pero, en esto, una idea de los neoplatónicos coincide con otra idea de los judeo-cristianos: el alma del mundo, el espíritu motor del Universo de los alejandrinos, viene a identificarse con el Espíritu Santo de los Beni-Israel.
El Espíritu Santo no es más que el desdoble de la diosa que antiguamente formaba la sagrada pareja con Jehová, o sea, su hipóstasis femenina. Esta diosa, representada con alas, símbolo de la vida del espíritu, como la Astarté fenicia o la Baalat babilónica, desdoblóse en mujer que baja a la tierra y personifica a la naturaleza pasiva, la tierra fecundada, el mar, en fin, la Venus maría, y su espíritu, que se queda en el cielo y toma la forma alada de la blanca paloma de Judea, símbolo sacro del espíritu puro.
Pues bien: díjose que este espíritu divino, llamado Espíritu Santo, fue la emanacion que había bajado a producir el hijo de Dios sobre la tierra, encarnándose en su desdoble personal, María. Sostuvieron algunos que sólo había bajado para animar y vivificar al mundo, de una manera impersonal; mientras que otros afirmaron que había descendido sobre la cabeza de un hombre predilecto al ser purificado por las aguas de un río sagrado. De las tres opiniones quedan resabios en los evangelios de la Iglesia. El Espíritu Santo engendra al Cristo; produce luz, vida e inteligencia en el mundo; y baja sobre Jesús en el momento del bautismo.
Y aquí aparece ya el hombre Jesús, el cual no es el Cristo en este primer período, sino uno de los que encarnan al Cristo, o sea, la encarnación divina. Para los judeo-cristianos de ciertas sectas, Jesús era hijo de un carpintero de Nazareth; para los elkesaítas un viejo leproso descendiente de Enoch. Los ebionitas le suponían hijo natural de una perfumista samaritana y de un legionario romano. Pero todo esto hállase sólo en documentos de tercera mano, es decir, en refutaciones posteriores de supuestas teorías heterodoxas. ¿Existió Jesús? ¿Qué fue?
Canneval, de Ginebra, opina que no existió; Havet, lo duda; Renan lo afirma. Según Strauss, fue un reformador; según Jules Soury, un enfermo de megalomanía que si no lo crucifican hubiera muerto gracias a la degeneración grasienta de su cerebro. Escritos de Jesús no quedan, pues no escribió. Los romanos no lo mencionan. El pasaje en el que de él habla Flavio Josefo fue interpolado posteriormente. Los evangelios judaicos son Secundum Mateum o Secundum Joannem, es decir, según dice uno que dice que… El mismo San Pablo no lo conoció y habla de él por referencias.
Su personalidad es muy vaga, o mejor, muy contradictoria. En cada uno de los cuatro evangelios ortodoxos la tiene diferente. En uno es puramente un ser ontológico. En otro es un taumaturgo que resucita muertos y echa diablos. En otro es un socialista que incita a las turbas a que atenten contra la propiedad. Y en otro es un predicador místico que va recogiendo almas para un mundo mejor.
En general, su leyenda es la de todos los mitos solares antropomórficos.
Ser real o ideal, la procedencia de Jesús es judaica, así como la de Cristo es helénica.
Los judíos partidarios del Cristo, es decir, de la emanación de la divinidad sobre la tierra, empezaron a propalar que Jesús era el que había obtenido la mayor parte de ella, la mayor suma de Verbo posible. Pronto los más exclusivistas sostuvieron que la había contenido toda, y, por tanto, que el Verbo sólo en Jesús se había encarnado por entero, viniendo a ser dicho Jesús el único Cristo. Sobre la época de la encarnación difirieron también. Según unos, el Espíritu Santo se había encarnado en él sólo en el momento del bautismo. Según otros, en el momento de la generación, siendo consustancial con el Padre, es decir, siendo el propio Verbo que había tomado forma carnal, que se había vuelto espeso y tangible al caer sobre la tierra en el seno de un cuerpo femenino predilecto.
Paralelamente a los judeo-cristianos, los gnósticos sostenían que la emanación Xrestos no era la única de la divinidad; que ésta había tenido varias, y que el Cristo era una de las más imperfectas. Los docetistas añadían que, al bajar al mundo, su personalidad sólo fue una apariencia. "El Cristo es un divino fantasma -decían- que pasó por la tierra y que sufrió pasión y muerte tan sólo de una manera aparente". Aun hoy los musulmanes conservan dicha teoría como dogma.
Según Manés, era la emanación buena del Dios impasible, frente a frente de Satán, desprendido también de éste y soberano señor de la materia.
Pero los judeo-cristianos, y de entre estos los que pretendían que el único Cristo era su Jesús, fueron haciendo prosélitos entre la plebe romana. Mitra, Orus, Atis, Adonis, Orfeo y otras personificaciones del nuevo Sol vivificando la tierra bajo forma humana, prepararon la conciencia de las turbas, que querían un dios hombre. Así en Nicea, ayudados por un emperador, triunfaron frente a sus contrarios, aniquilando por el fuego todo lo que disentía de su creencia. Luego los filósofos fueron pasados a cuchillo; el Serapeo fue destruido; la biblioteca de Alejandría, quemada; los libros de los Padres griegos, expurgados; los paulicianos, asesinados; los eunonianos, deportados; los gnósticos, degollados o estrangulados. Los mismos San Crisóstomo y San Atanasio fueron objeto de persecuciones. El catolicismo nació ya persiguiendo.
Vino luego otra confusión. Xrestos quería decir el bueno; pero los cristianos de la plebe, en los siglos bajos del Imperio, tradujeron Xrestos por Kristos, es decir, el crucificado; y de ahí el que los judeo-cristianos, ignorantes, inventaran la historia de una crucifixión (suplicio romano) para explicar la muerte del dios hijo, que venía en el mito solar. Como los romanos paganos habían sido sus enemigos, les atribuyeron la responsabilidad de toda clase de desastres, y en especial la de la muerte de Jesús, el único Cristo que ellos decían que había existido.
Los cristianos primitivos, para simbolizar la fuerza solar, el fuego divino bajado a la tierra, que era lo que personificaba el bueno, Xrestos, habían empleado, como todos los pueblos de la alta antigüedad, la cruz. La emplearon los hombres de las épocas prehistóricas, maravillados de que con dos maderas cruzadas, frotando la una contra la otra, saliese el fuego y la llama. Creyeron ellos que esto era un milagro hijo de la forma en cruz, que representaba la divinidad en su forma más simplemente esquemática de los rayos solares, y la adoraron sirviéndoles como símbolo del fuego vital, de la luz de la divinidad haciéndose visible sobre la tierra.
Adoraron este símbolo los hombres de la Edad de Bronce, y tras de éstos los arios y sus derivaciones: indos, persas, celtas o galos etruscos, helenos; los sirios, fenicios, caldeos, egipcios; y los chinos; y aún se encuentran vestigios de esta adoración hoy entre los pueblos salvajes1.
Este signo misterioso, pues, ya venerado entre todos los pueblos como imagen de la emanación solar sobre la tierra, fue uno de los símbolos cristianos más extendidos en el imperio de Roma, pero se consideró sólo como un símbolo de significación emblemática, sirviendo para decorar la imagen zoomórfica o antropomórfica del dios hijo del Xrestos, sin que a nadie se le ocurriera el que pudiese significar un instrumento de suplicio, que la leyenda no había inventado aún.
Aquí hay que notar que crux, en latín, no significaba cruz, sino horca, y que por crucificar los romanos entendían ahorcar, o poner atados a los condenados en postes que terminaban con un travesaño en forma de T. Crurefaccio indicaba la horrible función de ir los legionarios a hacer crujir los huesos de los condenados a martillazos para rematarlos al tercer día, cuando estaban condenados a muerte.
Al inventarse la leyenda de la crucifixión del dios hijo, para nada se quiso hacer alusión al que se le clavara en un instrumento de forma de cruz, o sea, tal como el emblema solar. Se quiso decir que se le había hecho morir amarrado a un poste, y esto es todo. El Xrestos volvióse Kristos, el bueno fue traducido por "el crucificado", o sea, el ajusticiado, el muerto en el poste, y nada más. Precisamente en los primeros siglos la imagen del Cristo se representa con la cruz del fuego, ya sea en la cabeza como nimbo crucífero, símbolo solar por excelencia, ya sea sosteniéndola con la mano, ya sea como un cordero (y esta es la forma más primitiva) con esta cruz, signo de los rayos de Sol (agní) o como tradujeron, Agnus Dei qui tollis peccata mundi, lo cual quiere decir: "Fuego divino, fuerza divina, que quitas o soportas los pecados del mundo".
En los tres evangelios de Lucas, Marcos y Mateo, nada se habla de clavos ni de llevar la cruz a cuestas, y mucho menos en los anteriores, que fueron declarados apócrifos en Nicea. Sólo en el evangelio de San Juan, que evidentemente es el posterior y el más alterado e interpolado, aparece la leyenda de la crucifixión con clavos, y la cruz llevada por el propio Cristo, siendo así que los condenados eran colgados o atados en postes fijos, árboles u horcas.
Ni en las catacumbas romanas, ni en ninguna sepultura, ni en otra parte en los siglos primeros del cristianismo aparece la cruz como instrumento de muerte, y el Cristo fijado a ella. La cruz, al contrario, como hemos dicho, significa sólo vida eterna. Al Cristo crucificado no lo encontramos en documento alguno hasta mediados del siglo VIII.
En todo el siglo VIII, y a partir del VI, la cruz acostumbra a hallarse sólo detrás de la cabeza como rayos solares, o como nimbo crucífero, es decir, desde el momento en que Jesús fue declarado el Xrestos, o sea, la emanación divina. Antes su cabeza no está así ornada, ni tiene forma antropomórfica. En el siglo VIII se le fija en la cruz con los brazos abiertos, pero con la túnica larga. En el siglo X, ésta es sólo una falda que le cubre de cintura a rodillas. En los siglos XI y XII empieza a demacrarse, a tener cardenales, a vérsele las costillas, y aparece la herida bajo la tetilla izquierda. Luego se le ponen greñas, barba larga, corona de espinas, etc.; pero aún sus brazos siguen la lineación de la cruz. Sólo en los siglos XIII y XIV aparece como cayéndose, con los brazos clavados, de los que pende el cuerpo, y las manos desgarradas, chorreando sangre.
Aquí, y a propósito de la fijación del Cristo en la cruz, trasladaremos una opinión de un sabio exégeta, y es la siguiente: Puede ser que en el evangelio de San Juan (que, como está probado, fue compuesto con un relato alejandrino, neoplatónico o gnóstico) hubiese influido lo del suplicio de Prometeo, y más que éste, el de Baal, cuya leyenda de la crucifixión era popular en Numidia, tal como lo demuestra una piedra votiva númida, en que el dios fenicio está muerto de pie con los brazos extendidos, como los Cristos modernos.
De todo lo expuesto se induce que la leyenda de Jesucristo, tal como se ha venido venerando desde la Edad Media, es hija de haber confundido:
1º El bueno, con el crucificado y el ungido, por un error de traducción de los judeo-cristianos.
2º De haber tomado la crux, poste u horca, como cruz símbolo del sol bajado a la tierra, y haber dado al instrumento de suplicio esta forma.
Esto es lo que resulta de los concienzudos trabajos exegéticos de los primeros sabios que se han ocupado del asunto. Así, es indudable ya que el cristianismo primitivo no fue más que la última de las religiones solares, en que el hijo bajó a la tierra a dar nueva vida a los mortales, derivando especialmente, según todas las probabilidades, de la última evolución del culto de Serapis en Alejandría.
Creemos que nuestros lectores habrán comprendido la importancia histórica, filosófica y científica de lo que acaban de leer y el móvil que persiguieron los autores del Nuevo Testamento.
Sin duda alguna que el espíritu humano necesita un Calvario que le conmueva para interesarse en favor de una doctrina, y es muy probable que esta idea fuera una de las principales que hicieran escribir el Nuevo Testamento.
En nuestros días tenemos el ejemplo de Montjuich. El relato de lo que sufrieron los anarquistas encerrados en aquella fortaleza ha conmovido muchos corazones y abierto no pocas inteligencias a las doctrinas ácratas. ¡Cuántos filósofos antiguos abrazaron el cristianismo conmovidos por el sufrimiento y la serenidad de los cristianos! Además, el pueblo se interesa siempre por las víctimas de cualquier clase y condición que sean, y esta cualidad, que es general en nuestra especie, le ha salvado de muchos naufragios morales y le ha conducido al puerto de la justicia.
Medítese lo siguiente:
Si de lo que en conjunto sufrieron los martirizados en Monjuich, un gran poeta anarquista escribiera la muerte y pasión de un mártir, joven, bello y desgraciado, dentro de pocas generaciones tendríamos un Anárquico y un anarquismo, como se tuvo un Cristo y un cristianismo. Claro que la prueba no puede hacerse porque lo impide la índole misma de la doctrina que pretenderíamos abonar con el martirologio y con el arte, porque es contraria al santonismo y a la idolatría; pero lo que pretendemos demostrar es la identidad de causas psíquicas y de fenómenos sociales que concurren en ambos hechos.

1.- Ramsey ha hecho notar la existencia de cruces gamadas en el vestido de un personaje de un bajorrelieve de Lyconvesia. Un barro cocido, en el que hay una mujer grabada, totalmente desnuda, llevando encima de las partes genitales un triángulo, cuyo vértice agudo mira hacia abajo, en el centro del cual hay una cruz gamada, como signo de generación y vida, fue descubierto en un túmulo de Tracia, y se conserva en el Museo de Historia Natural de Viena.
En el Museo Guimet, en París, puede verse un Buda chino que lleva en el pecho una cruz esvástica, cuyo centro y extremos tienen pequeños discos. Era el signo místico del emperador Fou Hi, 2.953 años antes de la era cristiana. Algunos primitivos budistas llevaban en la mano un palo terminando en una cruz, tal como ciertos báculos de abades y abadesas de la Edad Media.
En Egipto, todo el mundo que ha estudiado los jeroglíficos ha visto en casi todas las inscripciones la cruz con el aspa, símbolo de la generación. En Asiria y en Persia hállase la cruz en los trajes de los grandes sacerdotes, en la forma que más tarde se llamó cruz griega. Es una especie de broche que sirve para sujetar el manto a la cintura. Véanse las imágenes de Samsi-Bin y de Samsi-Voul, 835 años antes de la era cristiana. Samsi-Voul la llevaba al cuello pendiente de una cinta, tal como ciertas grandes condecoraciones modernas. La Astarté fenicia es a veces representada con una cruz en lo alto de un bastón, como la de las abadesas de la Edad Media.
En México las cruces aparecen grabadas en el templo de Palenque y en el monumento de Cuzco, centro del culto al Sol.
En 1518, el capitán Grijalva, al desembarcar en la costa del Yucatán, quedóse sorprendido de ver el signo de la cruz como emblema divino de los más antiguos templos indigenas.
Los indios wolpi llevaban en sus danzas sagradas un disco, en un palo, que tenía pintado en el centro otro disco radiante dentro del cual había una cruz. Un dios galo, análogo del Júpiter latino, lleva una cota con cuatro cruces sobre el cuerpo. En varias monedas galas se encuentran cruces, tales como las de la Edad Media en las monedas de los reyes (véase la de Choisy-le-Roy). La cruz de uno de los siete jefes de Tebas era de aspas iguales, con el disco solar detrás, como muchas cruces cristianas. Los cinturones de Baco estaban adornados con cruces.
Un monumento a Mercurio y una estela de Tesalia, antes de J.C., afectan a la forma de una gradería encima de la cual hay una cruz alta, como en los cementerios modernos.
La galera pretoriana de Marco Antonio (30 años antes de J.C.) llevaba como insignia una cruz con una banderola, igual a la que llevan hoy los niños disfrazados de San Juan que acuden a la procesión del Corpus (véase la célebre medalla de Marco Antonio). También se encuentra en pinturas murales de Pompeya y de Herculano, puesta sobre la cabeza de Cupido como símbolo del fuego del amor.

Federico Urales