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Sobre prostitución femenina

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En todas las ciudades del mundo existe un barrio o un conjunto de calles donde se comercia con el sexo.
En Madrid, desde hace muchos años, las calles del Desengaño y del Barco, han sido testigos mudos de transacciones sexuales. Después se les unió la calle Montera y sus aledaños, más tarde la "Costa" Fleming y, en estos últimos tiempos, la plaza de Cuzco y las calles que la circundan.
Yo vivo muy cerca de uno de estos enclaves de la prostitución, y veo con frecuencia como el frío del invierno amorata los pechos al descubiertos y el sol del verano cae implacable sobre los dudosos encantos vigilados de cerca por los proxenetas. Cuando paso junto a algunas prostitutas suelo saludar con un "hasta luego" que siempre recibe respuesta: la cotidianidad nos ha convertido en viejas conocidas.
No hay nada que objetar a la prostitución si quienes la ejercen lo hacen de manera voluntaria y sin coacciones .Cada cual es dueño/a de su propio cuerpo y puede hacer con él una guitarra. Pero, en un número muy elevado de casos, un sesenta y cinco por ciento según las estadísticas, las prostitutas llegan de los países del este de Europa, de Africa o de Latinoamérica en busca de una vida más digna y solo encuentran la indignidad de un trato vejatorio. Detrás de cada una de esas mujeres hay una historia, unas vivencias y una sensibilidad que se ve forzada a endurecer hasta que se le hace un callo en el espíritu.
Las prostitutas me inspiran respeto sean cuales sean los motivos que las impulsan a vender su genitalidad, sin embargo, el mundo que se mueve a su alrededor, me produce la mayor de las repugnancias. Los chulos que negocian con ellas, como si de objetos de transacción se tratase, viven a su costa sin tener que exponer nada a cambio; los clientes, tras conseguir el placer, las desprecian porque ven en ellas el reflejo de sus propias miserias; la sociedad hipócrita y estúpida olvida que son su propia creación y las condena para no tener que autocondenarse; el mundo de la droga las considera una clientela fiel y lucrativa...
La prostitución tiene muy poco que ver con el personaje novelesco de la joven arrojada a la calle por su familia después de haber sido seducida y abandonada. Tampoco tiene mucho en común con la imagen ingenua de Irma la Dulce o la complicada psicología de Belle de jour.
Hay un tipo de prostituta que vende su cuerpo porque lo considera más gratificante que limpiar casas o trabajar como camarera. Hasta ahí no hay nada que objetar. Pero para la mayor parte de las mujeres que la ejercen, la prostitución es un medio de vida al que llegan empujadas por la necesidad económica o las promesas de una banda de desaprensivos que las esclavizan.Y esa situación no puede por menos que indignar a quien conserve un mínimo sentido de justicia.
Nadie tiene derecho a vivir a costa de otro ser humano, nadie puede coartar voluntades con promesas o con amenazas y nadie puede considerarse respetable por pagar y despreciar a quien cobra cuando ambos están participando de las mismas acciones.
No sé si legalizar la prostitución ayudaría a mejorar las condiciones de vida de las prostitutas, eso habría que preguntárselo a ellas, pero indudablemente su actual situación es muy lamentable y merece mayor atención social. El acceso a una asistencia sanitaria, el uso de anticonceptivos y preservativos que protejan tanto a ellas como a sus clientes del sida y las enfermedades venéreas, el respeto a su dignidad como seres humanos tanto por quienes utilizan sus servicios como por toda la sociedad en general, son derechos básicos que tendríamos que defender. Pero, por encima de todo, debería ofrecérseles la posibilidad de un medio de vida digno.
La prostitución ha existido siempre (se dice que es el oficio más antiguo del mundo), existe y existirá mientras vivamos en una sociedad donde todo tiene un precio, donde el/la explotador/a vive a costa del/la explotado/a, donde hay quien lo tiene todo y quien carece de lo fundamental, donde las palabras igualdad, justicia, verdad y libertad sólo sirven para embellecer los discursos de los políticos.
El sexo es limpio, hermoso y gratificante cuando se practica libremente, pero se torna sucio y degradante cuando se hace contra la voluntad de alguna de las partes.
En una sociedad de libres e iguales donde todos/as tengamos cubiertas nuestras necesidades fundamentales, la prostitución no tendrá sentido y la relación sexual será la más profunda forma de comunicación entre dos seres humanos. Pero esa sociedad solo podrá darse en un mundo en anarquía.

Mª Ángeles García-Maroto